miércoles, 24 de febrero de 2010

Eros...


Secreta y sutilmente, va el soberano de los laureles por las urbes borrascosas, dando a la muchedumbre piezas de su alucinación, inyectando con sus dardos certeros, armas de la hermosura, el almíbar de su seducción febril, el destello de sus ojos enamorados. En cada trance ejerce el influjo de Venus, placida figura. Allí va el caballero de los suspiros interminables sobre los campos, va sembrando brasas, magias, éxtasis, ese es su vicio plácido. Viaja al tiempo en veloces plumas, con sus armas afiladas y sus estrategias claras, ante su efecto se desdoblaban las extensiones, se rinden los corazones. Se adueña de los mutismos y rebosa cada poro de su huésped, quien sin poner resistencia se entrega a la plena contemplación, a los delirios. Cada sentir frenético lleva su firma moldeada… cada saeta que lanza transporta dos destinos y una sola historia. Dios de besos, de espejismos, de arrojos… Dios de amor.

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